lunes, 10 de julio de 2017

Capítulo XVI

Monasterio de San Pablo
Holanda, Países Bajos
2013






- Leoni... Leoni - mascullaba nervioso el joven de ojos verdes.

Otra palmada suave en la cara. Ninguna respuesta. 
Se miraron unos a otros desesperados.
Observó a través de las ventanas. Mateo conducía lo más rápido posible.
Damián no podía evitar girarse para comprobar cómo se iba encontrando.
La mirada de ambos muchachos se cruzaron.
A Nathaniel le dio un vuelco.
Ella comenzó a toser.

- Leoni, ¿me oyes? - volvió a preguntarle en su oído - La tos aumentaba y el escozor se hacía entre ver por su rojez.

Nathaniel intentó incorporarla un poco más, aunque ella le estaba indicando otra cosa.

- ¿Qué le sucedes? - se alarmó el conductor.

- No... no le comprendo.

- ¡Detente! ¡Para el vehículo! - bramó un sofocado Damián.


El frenazo hizo que la joven se incorporase por completo.
El copiloto bajó del auto sin previo aviso y abrió la puerta trasera de la muchacha. La cogió en sus brazos como si de una pluma se tratase y la colocó contra él, sujetando sus manos con fijeza.

- Vamos Kumiko. No me hagas esto.

La respiración sonaba entrecortada y sin aire ninguno. Él miró una vez más al suelo, se mordió el labio inferior y empezó a desabrochar el entallado vestido.
Los demás le miraron estupefactos. Nathaniel bajó estrepitosamente, dando un pequeño traspié.

- ¿Qué demonios estás haciendo? ¡Sin mi consentimiento!

Damián lo agarró de las muñecas con demasiada fuerza y le gritó:

-¡Se está ahogando! - el interpelado le dedicó una mirada furtiva, y no tuvo más remedio que tranquilizarse. - Joseph, tan solo tienes que bajarle el vestido a tu prometida y desatar el corsé. - dijo a regañadientes.

No pudo evitar sonrojarse. Se quedó pasmado durante unos segundos, gasta que vio la cara de Leoni casi inconsciente.
Era la primera vez en su vida que desvestía a una chica, y no era una cualquiera.
Se trataba de la mismísima Leoni. Con la que había soñado tantas veces, con la había conversado a través de ellos, con la que era la razón del porqué se encontraba en Holanda, con la hermana de su mejor amigo, con la chica... Con la mujer que le había empezado a gustar.
Tragó saliva algo acalorado. Se desaflojó un botón de la camisa.
Sus dedos se deslizaron por su espalda, fría y pequeña - algo desviada- pensó. Lucía tan hermosa con ese corsé a la luz de los rayos del atardecer que le iban reflejando...
Se mordió el labio sediento.
Los dedos se fueron resbalando por los pequeños y apretados lazos que iban formando la prenda.
¿Cómo algo tan sencillo y precioso podía parecer tan complicado y doloroso?
Unos sudores fríos le recorrieron la frente. 
Exhaló.
Los hermanos cada vez lucían más asustados e inquietos.
Sin darse cuenta, los lazos se habían enredado en unos nudos muy finos e imposibles de deshacer.
La agonía de la chiquilla era cada vez más fuerte e inexistente. 
Nathaniel maldijo por lo bajo, suplicando el gran perdón a su amado Dios, por todo lo ocurrido y dejarse llevar de aquella manera.
Posó sus suaves labios en los tan odiados nudos, notando cómo los vellos de ella se erizaban por el contacto.
Por más que lo intentaba, aquello se hacía imposible y Damían cansado de tanta espera, sacó la navaja que guardaba dentro de su bota, empujó con brusquedad al chico y rajó de arriba a abajo el tan odiado corsé.
Leoni soltó un gemido de liberación. Nathanielmuy agudo, le sostuvo a tiempo para poder sujetarla y apretar lo que le quedaba de prenda contra ella con sumo cuidado para que no se le viera nada.
Ella se giró con lágrimas en los ojos y la boca ensangrentada.
Todos dieron un brinco.

- Oh Dios mío... - murmuró horrorizado Nathan.

- ¡Mateo! ¡Apresúrate hacia el hospital!

Damián ofreció su chaqueta y la colocó por delante de sus hombros, ayudando a su supuesto "mejor amigo".

- Aguanta Leoni, ya queda menos. Tú puedes. Por favor... - le dedicó un delicado beso sobre la frente antes de que cerrara los ojos.



No tardaron en atenderles. Y a decir verdad, el trato fue más que agradable y adecuado.
Aunque ellos tuvieron que mantenerse alejados, esperando en aquella sala, no fue mucha la demora.

- Caballeros.- saludó el médico, que era bien robusto y canoso. - He de decir, que es el primer caso de alergia aguda que he visto en mis veinte años como doctor. Su buena amiga y prometida, es alérgica a las rosas. Con tan solo tocarlas, sus pulmones se encogen, impidiendo el traspaso del oxígeno hacia las fosas nasales y viceversa. Le acabo de inyectar una vacuna, que deberá administrarse una vez al año, y aparte, deberá usar una máscara de oxígeno las próximas cuarenta y ocho horas. - hizo una breve pausa. - En cualquier caso, no duden en volver o pónganse en contacto conmigo.

- ¿Podemos pasar a...?

- Ha pedido expresamente que su prometido sea el único. - cortó secamente al de rostro angelical.
Ellos asintieron y volvieron a sentarse, mientras le dedicaban una tímida sonrisa a su amigo.


Nathaniel avanzaba avergonzado por el pasillo, dándose cuenta de que cientos de ojos se clavaban a su espalda sin saber por qué.
Llamó a la puerta un par de veces antes de entrar, hasta que oyó un complicado "adelante".

- Hey... ¿Cómo te encuentras?

Leoni hizo ademán de quitarse la mascarilla, pero Nathaniel se lo impidió volviéndoselo a colocar.
Se sentó al lado de ella con sumo cuidado. 
De repente, sus mejillas tomaron un rubor marcado a cause del fino y casi transparente camisón que le había otorgado a la chica. Su pierna se agitó y desvió la mirada anonadado e incluso furioso consigo mismo.

- ¿Qué está pasando, Nathan? - preguntó aturdida y cruzándose de brazos.

- ¿Quieres saber qué demonios ocurre Leoni? - vociferó sin darse cuenta y poniéndose de pie. Se encogió de hombros algo asustado.

No podía parar de dar vueltas por toda la habitación. Se sacudía el cabello y estrujaba la ropa, como si estuviera reuniendo el valor para encontrar las palabras.
Se detuvo en seco y con la respiración entrecortada, bramó:

- Ocurre que a cada segundo que pasa, te deseo más que el anterior. Es como si esto que nos está pasando, cobrara vida en mi interior. Deseo tocarte, deseo cogerte de las manos, deseo deslizar mis dedos sobre tu cuerpo, deseo abrazarte fuerte contra mí. Anhelo besarte. Eso más que cualquier cosa. Besar tu boca, tus ojos, tus manos, tu vientre, tu pelo... Hacerte mía, tan solo mía ¡Por el amor de Dios! Este no soy yo, Leoni...

El ambiente se encontraba agitado, más que nunca. Se había deleitado y estremecido tanto con cada palabra y gesto que había provocado Nathaniel, que tuvo que cruzar sus piernas y apoyarse más contra sí misma para detener sus impulsos.
Aquellos que parecían insaciables.

- Nathaniel, yo... - comenzó con una débil y firme voz a la vez.

- Te lo ruego... No digas nada - posó un dedo sobre sus labios. - Incluso tu voz cada vez es más cálida y seductora. Me siento tan estúpido, utilizado y engañado. Porque sé que en nuestra vida real, esto nunca pasaría ¿sabes? Tú estás con Dorian, y yo, soy un Hijo de Dios. ¡Jamás te diría tales cosas!


El rostro de la joven cambió por completo. Aunque no fuera su cuerpo, Kumiko era una mujer más que deseable e inteligente. ¿Cómo no se iban a fijar en los hombres ella? Incluso Nathan...
Aunque a decir verdad, no sabía qué le dolía más. Si rechazarla aún siendo otra persona, o haberse creído que esas palabras eran para ella y no para Kumiko.
Respiró hondo. Hizo a un lado su desilusión y fue lo suficientemente valiente para llevarlo hacia sí y abrazarlo con toda la fuerza que le podía brindar en eses momento.

La puerta se entreabrió con suavidad y Leoni volvió a abrir los ojos cansada. No existía mayor deseo entre ambos que volver a casa.
Los hermanos hicieron un gesto de disculpa con la mano, mientras que ella les negaba con la cabeza sin darle importancia.
Nathaniel se despegó de ella lentamente y la miró a los ojos. Aquellos ojos a los que estaba adorando cada vez con más pasión. Le dedicó un delicado y nervioso beso en la mejilla, mientras que ella entrecerraba los ojos.

- ¿Cómo te encuentras, Kumiko? ¿Algo mejor?

- Sinceramente, estoy más exhausta de lo que creía. Ojalá pudiera irme a casa - respondió cabizbaja.

- Deseo concedido, Alteza. - se inclinó Mateo con cortesía.

"Los prometidos" observaron extrañados.

- El Padre Lorenzo se ha ofrecido voluntario para llevaros a casa.

- ¿Cómo se ha enterado?

- No hemos podido evitar llamarlo. Ya sabes que él siempre se preocupa por todos los Hermanos.

Otro cruce de miradas.

- Bueno, en ese caso, es de muy buen agrado.



Pasaron las horas hasta que pudieron darle el alta sin peligro alguno.
Los hermanos se despidieron de ella nuevamente con disculpas y bruma.
Mientras que en el trayecto con el Padre Lorenzo fue tranquilo y cómodo.
Era un hombre correcto y sabio. Sus palabras siempre eran reconfortantes y Nathaniel se sentía protegido con él.
Al parecer, la casa no estaba muy lejos del hospital. Para su sorpresa, ninguno se esperaban que ya pudieran vivir juntos antes de estar casados.
Agradecieron amablemente al Padre su gratitud y bajaron del coche entre suspiros.

- ¿Te has percatado que siempre estamos rodeados de casas llenas de flores y jardines hermosos?

- Quizás, por eso mi verdadero les encanta tanto, porque Kumiko es alérgica.

No pudieron evitar reírse por un momento.
Hicieron caso omiso a su alrededor y entraron sin remordimiento alguno a aquella casa que ahora parecía suya.




Paredes de piedras maravillosamente construidas, techos abuhardillados, puertas sin cerrojos en forma de arcos, sofás y sillones tapizados con la mayor elegancia posible,  lámparas de araña que caían desde el techo del oro más puro que jamás habían visto antes.
Un órgano escondido como si fuera un armario, balcones diseñados al estilo romántico, tonos neutros, decoración idónea para aquella época. 
Un tablero de ajedrez se hacía entre ver en la mesita de café. como si hubiera sido la primera jugada de muchas que quedaban.

- Bourbon... - susurró Nathaniel atónito.- ¿Sabes que inconscientemente pedí esto cuando de conocí en aquel club? - ella se ruborizó .

Anduvo hasta el final del salón, donde encima de la chimenea unos retratos muy detallados.
Con sus delgados dedos, Leoni, sostuvo uno de los cuadros observándolos durante un buen rato.

- Oye Nathan...¿Puedo pedirte un favor? - soltó el objeto y miró a través del alfeizar, aquellos que tanto les gustaban a ella.

Ninguno se había percatado de la noche tan hermosa que hacía. Él se colocó detrás de ella, casi abrazándola.
Ladeó su cabeza a la izquierda para apoyarse en su pecho.

- ¿Crees que las estrellas eligen a sus enamorados? - el interpelado se mordió el labio, la apretó contra sí y dejó que siguiera hablando.- Porque si es así, necesito que salves mi alma...

-¿ Sabes qué, Leoni? Me encanta odiar lo que es obvio.

Probablemente podría haber sido un beso que no fue, pero se quedaron así, abrazados, uno junto al otro. 
Disfrutando de cada bocanada de aire fresco que le podía brindar la cálida brisa...



Missy Slyon

viernes, 3 de febrero de 2017

Capítulo XV

Monasterio de San Pablo
Holanda, Países Bajos.
2013




- Joseph, Joseph...

Un par de palmaditas para hacerle reaccionar. En la sala, las miradas posaban de ojos en ojos.
Al cabo de un instante, el muchacho, aturdido aún por la caída, parpadeó unas cuántas veces e intentó visualizar lo mejor que pudo.
Pero la figura de Leoni, era inconfundible. Estaba de rodillas, esperando a que le diera alguna respuesta. Sonrió para sí mismo.

- ¡Menudo susto! Por un momento creí que tendría que avisar a la ambulancia - se incorporó un poco más. Leoni tragó saliva, algo más tranquila - ¿Un poco de agua?

Unas manos arrugadas comenzaron a tornar formas. 
Un anillo de boda precioso, pensó Nathaniel.
¿Desde cuándo la abuela había encontrado la joya? Tomó el vaso de agua agradecido. Los colores volvieron a la vida, dejando atrás las sombras, resaltando las facciones de cada persona que se hallaba en la sala.
Damián le sonreía nervioso, mientras que Leoni le había agarrado de la mano para sosegarlo.

- ¿Otra vez? - jadeó - Su nuevo amigo le miró extrañado - ¡Otra vez que me pasa! - fingió con cara de pocos amigos.

Le ayudaron a incorporarse. Se sacudió el traje y volvieron a la estancia.
Intentó conectar telepáticamente con Leoni, como otras veces había hecho, pero nada daba resultado. Todo era nuevo. Siempre que tenía una pesadilla, volvía a la vida normal.
¿Pero qué era ya real? ¿Qué era lo "normal"? ¿Quién era ahora realmente? Unas severas náuseas aparecieron.

- Voy a prepararte una manzanilla, querido - ofreció la anciana al ver la descompuesta cara de Nathan.

- ¿Eres hipocondríaco?  Primero fue ella la que se sentía mal. ¡Y al final resultó que eras tú! - rió.

- No... eh, no sé qué me ha podido pasar. De hecho me pasó una vez hace tiempo, pero no he tenido más hasta ahora.

Un incómodo silencio. La señora depositó el té en la mesita con un asentimiento de cabeza, a lo que Nathan agradeció con una gesticulación labial.

-¿Ya sabéis dónde os queréis casar? - aventuró el de la melena apartándose un mechón de pelo.

- Por la Iglesia. Pero no hemos decidido todavía - adelantó Leoni. Viendo que el joven iba a seguir con el cuestionario, añadió: - No queremos agobiarnos, falta apenas un año y hay muchos proyectos por delante. Soy muy organizada .- sonrió de manera coqueta.

Los tres arquearon una ceja. La tensión iba aumentando, no lo podía soportar. Necesitaba coger a la hermana de su mejor amigo y salir corriendo de aquel lugar. Sentir que todo era una pesadilla y regresar a aquel baile de celebración que estaba teniendo lugar en Holanda.

- Perdone mi retraso, madre - una voz parecida a la de Damián hizo sacar al chico de su reflexión. - Están haciendo reformas en la carretera principal. todo está cortado y el tráfico es horrible.

<< Otra historia por revelar>> pensaron ambos cansados. 
Era más delgado y esbelto. Sus rizos caían sobre sus párpados y sus almendrados ojos marcaba algún que otro surco en su rostro.
La niña pequeña se asomó detrás de sus piernas.

- ¡Cómo me alegro de verte! - se levantó titubeando, no sabía si tenía que darle otro abrazo. Esperó. Confirmado.

- Mateo - dedujo Nathan con voz severa - Deja que te presente a mi prometida, Kumiko.

Leoni hizo ademán de levantarse, pero éste lo negó con la cabeza y le besó de manera cortés en su mano izquierda.

- Yo también quiero presentaros a mi hermosa princesa. Ella es Kendrah, mi dulce hija - la cogió entre sus brazos.

- ¡Vaya! Ya no soy la única con un nombre extraño - bromeó con risas Leoni sin darse cuenta.

Para su sorpresa, todos la siguieron. Hasta el propio Nathaniel. Por fin se había roto el hielo.

- Vayamos fuera. Hace un día soleado. Podríamos enseñarles el cobertizo que hizo padre antes de marcharse. Si le parece bien, madre. - se giró hacia ella, que le miraba con cierta ternura.

- Claro hijo. Pero yo no os acompañaré. Tengo que esperar a las chicas para visitar a la pobre Cristina.- se acercó hacia ellos y les dio un beso de despedida - Gracias por venir, ya sabéis  dónde está vuestra casa. Mejórate, querido.

- Gracias, señora.

Los hermanos, "la pareja" y la niña salieron por la puerta trasera de la cocina.

- La abuelita Ana es muy buena. Siempre está atenta y te cuida - su padre la miró de reojo. - Perdone señora, no quería ser imprudente. 

- ¡No! No has hecho nada malo, tesoro. No me trates de usted, podría ser tu hermana mayor - bromeó con un guiño acompañado de una sonrisa, a lo que a los hombres les resultó tremendamente sexy.

Anduvieron bosque a través. Contemplándolo maravillados lo bonito que relucía. Cada vez que avanzaban, más familiar le resultaba a Nathan aquel lugar. ¿Cómo era posible? No recordaba haber estado allí antes. ¿Quizás la había visto en fotos? Observó a su alrededor. Pero solo había árboles, hojas caídas, pajarillos cantando... Solo bosque y más bosque.

- ¿Veis a lo lejos una cuesta abajo? - asintieron - Es justo allí.

- ¡Te reto a una carrera! - propuso divertida Leoni a la pequeña que andaba dando saltitos.

Se paró en seco, se giró hacia su padre y con ojos vidriosos gritaba emocionada:

- ¿Puedo padre? ¡Por favor! ¡Te lo suplico!

- Sabes de sobra que las señoritas no deberían corretear a lo loco - comenzó a hacer pucheros.

- Pero no es una señorita  - señaló a Leoni - ¡Es como una hermana! - no pudieron evitar reír a carcajadas.

- Está bien, mi amor. Solo por ésta vez.

Aún riendo, Leoni se giró para mirar a los chicos. De cierta manera, ya no se sentía tan incómoda. Se percató de que Damián no le quitaba el ojo, y se ruborizó. 
<<¿Qué estás haciendo, Leoni? Tienes pareja>> Se regañó a sí misma

Cogió a la niña de la mano, contaron juntas y salieron disparadas como balas.

- ¡Tened cuidado! - gritaron al unísono. Sonrieron.

- Mujeres... ¿Quién las comprende? Cuéntanos Joseph, ¿cómo conociste a Kumiko? - preguntó entusiasmado Damián.

Otro momento de tensión. Iba a ser la primera vez en su vida que tenía que mentir y no era de lo más apetecible. Respiró hondo e intentó rebuscar en el baúl de los recuerdos. ¿Cómo iba a contarles que solo pudo saber su voz robótica? ¿Cómo iba a contarles que hasta unos días después no tomó forma? ¿Cómo iba a contarles que era un sueño? Una imagen se le cruzó por la mente.

- En la estación de tren. - contestó finalmente. - Andaba cabizbajo, mirando cada dos por tres el reloj de bolsillo, pensando que no iba a llegar al Monasterio y gracias a mi sutil torpeza, mi equipaje chocó contra el suyo y allí estaba ella. Con una pamela bordada gigantesca y su vestido rosa - un escalofrío recorrió su columna, como si fantasear con esa "mentira" en cierta parte, fuera prohibido. Y lo cierto, es que lo era. Se le había olvidado por completo  que era un Hijo de Dios.

- ¡Caramba! Es la chica del tren ... - comentó divertido Mateo - ¿Y cómo llegaste a quedar con ella? ¿Te expulsaron del Monasterio?

- ¡No, por Dios, no! - se horrorizó - Estuvimos hablando en el trayecto, bueno, medio conversando, porque vino para aprender bien la lengua española en casa de sus tíos. Fue muy gracioso. Ha perdido parte de su acento natal, pero cuando se enfada, maldice en chino o canta en su idioma. - se desvió - El caso es que, le dije como pude que era monje y que si necesitaba un amigo para poder practicar la escritura, le ayudaría encantado. - le dedicaron una mirada pícara - No seáis mal pensados, lo dije con buena intención.
Así que lo único que hizo fue firmar las cartas como si fuera su tío. Hasta que un día, cuando tuvimos el permiso, pudimos reencontrarnos en una cafetería y charlar abiertamente. Pasó año y medio sin volver a verla.

Los hermanos escuchaban intrigados la historia, asombrados por la espera y lo bien que guardó el secreto.

- A eso lo llamo yo una historia de amor.

A pocos metros, se reunieron con las señoritas que se quitaban una a la otra los restos de hojas mientras seguían riéndose. Se levantaron y volvieron a sacudirse.

- Si te viera tu madre... - comentó con tristeza Mateo.

- ¿Dónde, dónde está? - preguntó Leoni. Acto seguido se mordió la lengua y se maldijo por ser tan cotilla.

- Vamos, mosntruito. Hagamos los honores de abrir la casita mágica del abuelo - le miraron con cara de soslayo y cierto arrepentimiento por haber formulado la pregunta.

- Brígida era una mujer muy especial. Nunca había conocido a nadie luchar tanto por lo que deseaba. Coincidimos en el St. Patrick's Carlow, estudiando juntos. Yo fui allí para aprender irlandés y cambiar de aires.Y ella me demostró que todo se podía, tenía un carácter fuerte, testaruda.  Estuvimos saliendo juntos durante muchos años. Su familia era adorable, gente noble y sencilla. Me querían y me siguen queriendo mucho. Un día, nos enteramos de que íbamos a ser padres y fue una de las mejores cosas que nos puedo pasar en la vida. Teníamos una casita acogedora y bonita; un veintinueve de febrero me pidió matrimonio, en mitad de la Plaza Central. Era el único día en que la mujer podía pedir la mano del hombre. Me sentí la persona más amada del mundo. No os imagináis cuánto. El sacerdote que nos iba a casar nos había visto crecer juntos.
Pero se enteró de que estaba embarazada y se negó.  Allí no son cristianos, pero queda algún que otro que respeta su lealtad. - miró a Nathaniel en modo de disculpa - Y a los siete meses, nació Kendrah, se adelantó. Tenía ganas de conocernos, como si le faltase tiempo. Y parece que lo había sentido. 
Cuando apenas tenía un año de vida, me arrebataron a mi mujer de mis brazos por tener un hijo fuera del matrimonio y por intentar casarse con un español.
Mi castigo fue dejarme infértil, permitiendo que ella lo viera. Que fuera testigo de cómo iba a morir delante de sus ojos, desangrado y amordazado.
Recuerdo cómo gritaba - jadeó - No se lo merecía. Estaba semiinconsciente cuando me percaté de que la habían atado, pegado y forzado. Me llamó varias veces. Parecía no tener miedo.
Me miró por última vez, y como si no pasase nada en aquella habitación, me murmuró: "Eres y serás un padre espléndido. No tengas miedo. Ella me vengará. Te quiero..." Y de repente, ¡pum! - dieron un brinco - Le dispararon delante de mí. Nunca me he sentido tan inútil en mi vida. Por eso, ahora soy profesor en una escuela. Corren tiempos duros, pero intento que no haya discriminación, aunque cueste.

Leoni no pudo evitarlo, y dejó que sus lágrimas surcasen por las mejillas. Nathaniel le ofreció un pañuelo y le agarró dulcemente por los hombros. Por muy pequeño que fuera, cada contacto era esencial para él.
Nathaniel le tendió la mano al joven "no viudo", en señal de pésame.

- No pasa nada. De eso hace siete años, uno se va limando sus penas.

Entraron al cobertizo, donde Damián y Kendrah los esperaban sentados.
No dijeron palabra alguna. Solo se quedaron boquiabiertos.

Las paredes eran de piedra, pero no entraba el frío. Las cortinas eran de un dorado impecable, todos los muebles de madera blanca, con una pequeña y acogedora chimenea, donde se dejaba pasar una espada a modo de decoración. No había muchos muebles, pero sí que lo necesario para retirarse unos días. Una diminuta cocina, un congelador enorme, un par de sillas, una mesita redonda; un aseo y una cama de matrimonio. Cuya colcha fue bordada a mano por la madre de Ana por regalo de la boda de sus padres.
Un detalle muy romántico.

- Todavía no habéis visto lo mejor - volvieron a salir y contemplaron la vista del pantano.

Leoni se quedó prendada del paisaje y Nathaniel se rascaba la nuca estupefacto. ¿Seguro que no había estado aquí antes?

- Kumiko - llamó Damián .- Creo que a mi madre le gustaría que vieras esto... ¿Puedo robártela unos minutos? - preguntó amablemente al "prometido", el cuál no apartaba la mirada entre ambos. Le contestó con mano temblorosa.

- Tranquilo. Todo irá bien - le susurró Leoni.

Se volvieron a mirar unos segundos más antes de separarse. ¿Por qué se sentía atraída por él de alguna manera? Aunque ella quisiera responder que no quería apartarse de Nathan en ningún momento, sus actos se la jugaban  antes que sus pensamientos.

- Joseph es un buen amigo mío. No sabes lo contento que me hace veros juntos. Será un marido excepcional. - se giró hacia ella y se colocó más cerca - Gracias por hacerle feliz, Kumiko.

Ella no supo qué responder, tan solo le salía sonreír. Un vuelco. Un palpito. Un mareo.
Damián apartó las armas de unas cuántos árboles que se cruzaban en su camino y finalmente llegó.

- El famoso Pozo de Los Deseos.

No era el típico pozo redondo. Sino uno semi cuadradro formado por piedras y rocas. Las ramos habían crecido más de lo normal, las hojas habían tornado alrededor de él y la suave brisa mecía al medallón de hierro que colgaba de él.
Le invitó a acercarse un poco más. Ella titubeó por un instante. ¿Pero qué daño podría hacerle aquel rostro angelical? Dio un paso al frente dubitativa.

- Tenemos que tirar de la cuerda, hay que recoger el regalo, si hay suerte, claro.

Leoni llena de curiosidad, colocó sus delicadas manos sobre la áspera cuerda. Tiró un poco de ella. Resopló. Lo intentó de nuevo, peor esta no paraba de estar tensada. Damián colocó sus manos encima de las suyas. 
De nuevo, una punzada en la cabeza. Flaqueó, y el joven no dudó en soltarla para poder agarrar con firmeza a la rubia.

- Gracias, estoy bien .- se recompuso en seguida, algo molesta.

Esta vez, solo tiró de él. Un pequeño cubo subió y dentro se posaba una hermosa rosa negra.
Leoni se quedó pasmada, nunca había visto algo semejante. ¿Cómo podía existir eso? ¿Cuánta realidad había en todo aquello?
La arrancó con suavidad y se la entregó.

- Cada año crece unas cuántas desde allí abajo. Nunca hemos descubierto su paradero. Lo único que conocemos de ella es que se llama Halfeti, proviene de Turquía y tiene dos significados. Vida eterna o amor eterno.

Al agarrar la rosa, Leoni se quedó bloqueada. Su mente había sido trasladada a otro lugar. Una muchacha estaba corriendo en dirección al pozo, sostenía la cuerda con fijeza y lloraba desconsoladamente. 
No pudo evitar seguirla.

- ¿Por qué? - vociferaba ella - ¿Qué hemos hecho para merecer esto? - otra flor fue recogida entre sus manos.

"Mi amada Flora, muestra a Cloris, Diosa.
 Estando en Jardín, lucirás hermosa.
 Estando en  Pozo. perecerás por pecadora.
 Mi amada Flora, muestra  Cloris, Diosa.
Devuelve a la vida lo que tu luz aporta.
Devuelve a la muerte lo que tu color abandona.
Mi amada Flora, muestra a Cloris, Diosa.
Que mis deseos sean consignados, ahora"

Esperó unos instantes. Nada. Su llanto fue más profundo. Leoni se acercó a ella y posó una mano en su hombro.
De repente, las dos se unieron en un mismo grito. Una misma agonía. Su propio reflejo estaba al descubierto.
Halfeti le había robado su alma.



Missy Slyon.










lunes, 30 de enero de 2017

Capítulo XIV

Monasterio de San Pablo
Holanda, Países Bajos
2013








Que ocurriese lo mismo cada noche, era pesado.

¿Por qué necesitaban vivir algo que no era real? ¿Por qué ocurría siempre a esa maldita hora? ¿Por qué a ellos? ¿Qué señal le estaba enviando Dios a Nathaniel que él no lograba ver?
Buscó a Leoni completamente aturdido. Ella le respondió aterrorizada.

-       -    Dime que esto no está sucediendo. Dime que es una pesadilla.

-       -  Ojalá pudiera explicarte, pero no sé qué decir.

El muchacho se percató de que aquellos gestos de pánico de su compañera eran nuevos, como nunca antes lo había hecho. Como si fuera consciente por primera vez de donde estaba.
Intentó acercarse a ella, pero dio un paso atrás.

-          - ¡No te acerques!

Nathaniel apretó los labios. Entrecerró los ojos y los volvió a abrir para percibir donde se hallaban.
Sin duda, parecía el mismo jardín del que provenían.
Para disimular su tensión, se rascó la nunca.
Probablemente el jardín era el mismo; o al menos se parecía al actual, pero la casa no. No cabía duda de que la mansión había sido sustituida por una abandonada.
Fue dejando atrás a Leoni, y a medida que iba avanzando, el color verde de la hierba fresca se iba convirtiendo en un amarillo anaranjado, como si hubiera cambiado de estación. De verano a otoño.
Fijándose en que ella seguía en la misma posición de shock, volvió hacia atrás y de nuevo el paisaje vernal apareció.
Sacudió la cabeza.
La agarró del brazo y la interpelada empezó a gritar.


Inmediatamente aparecieron en las escaleras que conducía a la puerta principal.
Leoni respiraba entrecortada, tenía las manos apoyadas en sus rodillas y un sudor frío se dejaba ver sobre su frente.
Notó como unas cálidas yemas de los dedos de su amigo se posaban sobre su hombro y en seguida bramó:

-          - ¡NO ME TOQUES!

Nathan estaba sorprendido. Nunca la había visto así, y tampoco podía hacer nada para tranquilizarla, porque ella misma se lo impedía.
Ésta despertó en cierta manera de su asombro percatándose de que los colores habían cambiado a su alrededor.
El follaje había sido reemplazado por hojas caducas, árboles sin florecer, hierbajos en la inclinada escalera, la niebla y las nubes bajas – como si fuera a llover en cualquier momento -, la mugre y descuido de la fachada. Los ventanales rotos, una bicicleta pequeña antigua.
Cerró los ojos. Se dio la vuelta hacia él, que la observaba como si estuviera más perdido que ella.
Las lágrimas no cesaban de sus cuencas, parecía como si tuviera un brote de alergia.

-     -   Nathan, ¿dónde, dónde estamos? – preguntó con un hilo de voz después de varios minutos en silencio.
Antes de que el joven pudiera contestar, una suave brisa les erizó el vello e hizo vibrar la pequeña campana que colgaba de la puerta.
Sin previo aviso, se abrió. Ambos dieron un paso atrás. Se buscaron con la mirada y le dieron la espalda para echar a correr.
-      - ¿Ya se van? – les dio un vuelco al corazón. – Si llevamos meses esperándoos. ¿Dónde os habíais metido?

La voz de una señora repiqueteaba en eco. Agarrados de la mano por el pánico, se volvieron a girar muy lentamente.
Aquella mujer era alta. Muy alta para lo que estaban acostumbrados a ver. Su tez morena resaltaba más sus grandes e inexpresivos ojos grises – comienzo de una severa ceguera - , sus pómulos salidos y una tétrica sonrisa.
Podía notarse que la vestimenta era de una tela antigua, algo descuidada pero con un brillo aún reluciente.
Tenía un recogido parecido al de Leoni, solo que resaltaba su color canoso. En su vestido marrón sostenía un delantal en lo que algún día fue blanco puro.
Colocó la mano en el poyete de la puerta delicadamente y volvió a hablar:

-         -  Damián y Mateo estarán encantados de volver a veros. Pasad, mozuelos. Pasad.

Otro cruce de miradas, otro temblor. Tragaron saliva y apretaron más las manos.
Al dar un paso hacia delante, la madera crujió y Leoni se estremeció.

-      - Siempre tan asustadiza. No te preocupes, querida. Le diré a Damián que lo arregle antes de que se vuelva a ir. Esas baldosas… Cada vez que llueve, es peor. – refunfuñó la anciana.

Su voz y hospitalidad eran muy agradables, pero eso no quitaba el pavor que les producía a los acompañantes.
Les esperó hasta cerrar la puerta tras de ellos, y se llevaron las manos hasta los ojos.
Era como estar en otro lugar.
El hall de la estancia era muy luminoso, les ayudó a quitarse los abrigos y colocarlos en el perchero. Tanto el recibidor como el comedor, presentaban los mimos tonos verdes, sepia y madera. Todo en ello mostraba perfección en sus muebles, sin ninguna mota de polvo o tela de araña, como si todo, fuera nuevo.
No tenía una decoración exagerada, pero sí exquisita.

Se sentaron entre ruborizados y abrumados en el sofá de piel cobrizo que les invitó la señora de la casa, junto a unas pastas y delicioso té.
En frente de ellos, pudieron contemplar varios retratos, pero sus miradas se clavaron en uno, que sin duda, sería el cabeza de familia.
Un caballero muy apuesto, con una barba bastante crecida, el corte de pelo de un medio tupé haciendo marcaje en sus orejas. Un sobre cuello blanco, un traje abotonado de color azul marino antiguo donde se dejaba entre ver el reloj de bolsillo.

-     - Mi amado Mateo. ¿Muy guapo, verdad? – señaló la anciana. – Os hubiera encantado conocerlo, parecía muy serio, pero era todo un guasón. Por desgracia, Dios quiso llevárselo de aquella terrible enfermedad. En gloria esté.

-         -  Amén. – respondió Nathaniel sin darse cuenta-

Le dedicaron una mirada de soslayo. Volvieron a perderse en sus pensamientos, pero unas risas y escándalos, los hicieron despertar.

-        -   ¡Ven aquí, pequeño monstruito! ¡Te cogeré!

Pisadas fuertes y delicadas junto a risitas se acercaban.
Los chicos no podían dejar de mirar a la puerta. Una pequeña niña de bucles cortos ondulados rubios, con una diadema de clores en el cabello, tez pálida, labios finos rosados, nariz redonda y unos profundos ojos grises, entró correteando con un vestidito de color amarillo apagado a juego de medias blancas; a la que acto seguido le siguió otro chico. Mucho más mayor que ella.
Su cabello era de un rubio más oscuro, más lacio y algo más corto. Barba de pocas semanas, lo suficiente para pinchar y poder jugar con la niña. Unos rasgados ojos marrones y una sonrisa perfectamente blanqueada.
Leoni se quedó pasmada. Nunca había imaginado a alguien con una vestimenta tan antigua con un rostro tan angelical.

-        -   ¡Abuela! ¡Abuela! – se abalanzó  la pequeña en brazos de la señora.

Nathan y Leoni miraban de un lado a otro sin entender nada.

-        -   ¡Por todos los Santos! – exclamó el recién llegado ajustándose el pañuelo. – ¡Mi buen amigo Joseph! – se abalanzó hacia él, y sin percatarse, se levantaron a la vez y se fundieron en un abrazo.

Leoni se ruborizó al sentirse observada.

-        -   ¡Menuda sorpresa! – siguió - ¿Cómo va todo? ¿Estás bien?

-          - Sí, yo, eh…

-         -  Vaya, cuando me dijiste que te habías prometido, no me había imaginado a tan bella dama – volvió a mirar a Leoni, que le dedicó una falsa sonrisa.

-       -    ¡Damián! No filtres, es la futura esposa de tu mejor amigo – regañó la madre.


Ahora sí  que no comprendían nada. ¿Nathaniel y Leoni prometidos? ¿Qué blasfemia era esa? ¿Desde cuándo? ¿Es que nadie les iba a explicar lo que estaba ocurriendo?
No veían momento para hablar a solas, y la inquietud se estaba dejando palpar entre ellos. La tensión aumentaba.

-       -   Vamos hombres, no te enfades. No… no lo he dicho con malas intenciones – se disculpó.

-       -   ¡No! Tranquilo, amigo. Es normal.- intentó disimular. Leoni le dio un codazo – Ah, sí, ella es mi... – le sonrió avergonzado.

-        -   Tu amada y futura esposa, Kumiko.

Leoni empezó a toser, a causa de su atragantamiento con una pasta. Nathaniel le miró preocupado y los demás integrantes de la sala, se levantaron para proporcionarles aire. La cara de la muchacha tornó a sonrojarse.

-        -   ¿Dónde está el lavabo, por favor?

La señora se lo indicó con rapidez y Damían les acompañó hasta la puerta. Les hizo un gesto con la cabeza como permiso para entrar con ella, y ambos asintieron.
Esperó a que Loeni recobrara el aliento para así poder hablar en voz baja.

-        -   ¿Te encuentras mejor? – la joven asintió con lágrimas en los ojos. Carraspeó y volvió a respirar poco a poco.

-       -   ¿Desde cuándo me llamo Kumiko? ¿Quién es esa? ¿Por qué tengo la sensación de que estamos en una época muy diferente a la nuestra?

Las preguntas salían atropelladas. Nathaniel se refrescó la cara aturdido.
De pronto, la rubia había enmudecido de golpe.

-          - Nathan… Ti, tienes… que mirar al espejo. – susurró con los ojos como platos.

Levantó la vista cansado y para su estupefacción, ninguno de los dos, eran quiénes ellos eran.
Se quedó perplejo. Nunca se habría imaginado a una Leoni completamente diferente. Dudó por unos segundo de cuál le parecía más hermosa, si la actual, o la de época.
Seguía teniendo un color blanquecino como tono de piel, pero se había vuelto un poco más alta, de mejillas anaranjadas, cejas finas y alargadas, unos profundos ojos negros cargados de sensualidad. Carnosos labios rojos, junto a una sonrisa coqueta y pequeña nariz de patata.
Un tocado muy elegante, se veía con claridad que el cabello era revoltoso y largo.
Lucía un kimono de manga corto negro con varios estampados en distintos colores junto a una pulsera dorada y un grotesco anillo de piedra rubí como pedida de mano.

Abrió la puerta bruscamente y de la manera más sutil que pudo decir, exhaló:

-          -  Amigo, ¿qué día es hoy? No… No recuerda si se tomó la medicación de la jaqueca.

Damián le pasó los brazos alrededor de los hombros y con una sonrisa de sorpresa contestó:

-          - Cuatro de marzo de mil setecientos cuarenta y nueve.

Nathaniel perdió el hilo… Ese hilo tan fino que une a la vida y la muerte. Y como si de una pluma se tratase, se desvaneció.




Missy Slyon